La Gran Guerra Patria
Es así como en Rusia denominan a la II Guerra Mundial, convertida en un elemento esencial de identidad nacional. 27 millones de muertos (cifra
oficial, la real pudo ser mucho mayor) dejaron una huella imborrable. Solo en Leningrado (hoy San Petersburgo), cuyo asedio duró 900 días, hubo un millón de víctimas. Casi
todas las familias perdieron a alguien y ese recuerdo sigue vivo. El 9 de mayo, Día de la Victoria, se celebran las marchas del Regimiento Inmortal, donde ciudadanos civiles se manifiestan portando los retratos de sus familiares caídos. Se dice que este año fueron unos 12 millones en 30 ciudades. Por vez primera, hubo una en Madrid que reunió a varios centenares de rusos residentes.
En Moscú, a la
entrada de la Plaza Roja
(me enteré de que “roja” en ruso significa “bella”), hay una enorme estatua
ecuestre del Mariscal Zhúkov. Su llegada al mando del Ejército Rojo (aquí “rojo”
no creo que significara “bonito” sino comunista) supuso el frenazo del avance
nazi, a las puertas de Moscú, y el cambio del signo de la guerra. A los pies de
su caballo, la esvástica es pisoteada. Junto al Kremlin se encuentra la Tumba del Soldado
Desconocido, con lápidas que recuerdan a las “ciudades heroicas” sobre tierra
traída de las mismas.
Niña vestida con el uniforme histórico del Ejército Rojo
En 1995, conmemorando el 50º
aniversario del fin de la guerra (1941-1945), se inauguró el Parque de la Victoria. En él se alza una
enorme bayoneta de 142 m
de altura, a la que se llega por una avenida con 1418 fuentes, tantas como días
duró la guerra, que de noche se iluminan de rojo en sanguinolenta alusión.
Aunque la bandera que venció al ejército de Hitler era
la roja con la hoz y el martillo, el único monumento de este parque con enorme
y colorida bandera lleva la enseña y el escudo zaristas, recuperados en la
actualidad. No hay en ello anacronismo, el pelotón de soldados bajo la misma es
de la I Guerra
Mundial. Anacronismo no, pero me parece que sí que hay intención.
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